La primera confesión con el padre Amadeo fue más o menos así...
Como ya les conté, yo me había arrodillado en el confesionario para esperar al sacerdote.
Cuando se puso la estola púrpura, empecé a sentirme realmente compungida y pensé en volver al redil sinceramente:
-¡Ave María Purísima!
-Sin pecado concebida, padre.
-Dígame...
-Mire, padre -sólo escuchaba su voz cadenciosa y vislumbraba apenas una sombra de sus labios perfectos-, hace mucho que no me confieso y he faltado mucho a Misa pero quiero volver a ser una devota practicante y ayudar en lo que pueda en la parroquia.
-Eso es muy bueno, hija. Siempre hacen falta manos que colaboren en la obra del Señor.
-Yo no soy su hija.
-Claro...es sólo una forma afectuosa de llamar a las hijas espirituales...
-Pero yo no soy su hija. Usted es un hombre y yo una mujer.
-Pero yo soy sacerdote...
-Eso no cambia la naturaleza, señor cura.
-Es verdad lo que dice, señorita, pero sepa respetar mi investidura.
-Yo no le he faltado el respeto. Solamente estaba charlando.
-Está bien. ¿Algo más que quiera confesar?
-Sí. He tenido pensamientos impuros con un hombre prohibido. ¿Quiere que le cuente por qué es prohibido?
-No, no hace falta. Es necesario que se lo quite cuanto antes de la cabeza.
-Lo sé. Por eso lo confieso.
-¿Algo más?
-Sí. ¿Cómo se llama, padre?
-Soy el padre Amadeo.
-Bello nombre para un sacerdote...No recuerdo nada más. Absuélvame, padre, que he pecado.
-Bien...de penitencia le va a rezar un misterio del rosario a la Virgen Dolorosa para que purifique su alma y sus pensamientos.
-Yo quisiera realmente enmendarme ayudando en la Iglesia. ¿Qué puedo hacer?
-Venga el domingo a la Misa de 10 y después hablamos.
-Está bien, padre. Gracias.
Recé el pésame como mejor me salió, me absolvió y me fui al banco a cumplir con la penitencia encomendada poniendo la mejor cara de estampita posible. Trataba de imitar hasta en los gestos a las imágenes santísimas que me rodeaban.
Realmente quería cambiar pero no podía dejar de pensar en el domingo y esa charla que parecía una promesa...el nombre de Amadeo resonaba suave y dulce en mi cabeza
Viene de confesiones y de amores prohibidos la cosa...
ResponderEliminaryo creo que los curas deberían casarse...
ResponderEliminarhola!
besos
No he conocido otra historia así, pero debe ser porque no me la han contado.
ResponderEliminarSaludos.
Oso: Eso parece. Un abrazo
ResponderEliminarGalán: Hola! Yo creo lo mismo. Un abrazo
Mariela: Yo te voy a contar. Vos tené paciencia nomás. Un abrazo
Yo también creo que los curas deberían tener su familia.
ResponderEliminarY yo también tuve mi historia prohibida, aunque no por eso menos hermosa.
Un beso
Los curas no saben de nada y quieren enseñar de todo..
ResponderEliminarEsto pinta maravillosamente bien. Amadeo suena al nombre de una de las formas de la lujuria (te dejo la tarea)
ResponderEliminarUn beso ni casto ni puro
No hay amores prohibidos....los hay fracasado, imposibles y absurdos pero no imposibles...
ResponderEliminarSaludos
Dolores: Epa! Quiero saber más! Un abrazo
ResponderEliminarJordim: Yo no generalizaría tanto acerca de lo que saben o no saben los curas. Sí creo que enseñan cualquier cosa. Saludos cordiales
ResponderEliminarMarcelo: Un vez Amadeo me confesó que era "misionero". ¿Aprobé la tarea?
Un beso (sin atributos)
Julia: Concuerdo absolutamente con vos. Saludos cordiales
Eva, me parece que te ví en la iglesia cumpliendo tu penitencia y...tenías algo en la postura que em recordaba a la virgen de la Macarena, pero tu mirada...no era la de una virgen...
ResponderEliminarbesitos