miércoles, 19 de mayo de 2010

Enfermedad del beso

Solamente me quedó el silencio pesado como diez elefantes a upa para responder al "te amo" de Amadeo.
La verdad es que, lo ansiaba, pero no lo esperaba. Además, así de fácil, perdía toda la gracia. No podía hacerme ésto. Era muy aburrido. Entonces, cuando ya parecía que se ahogaba, le dije:
-A mí me pasan cosas muy importantes con vos también pero... desde que apareció Mili en mi vida estoy muy confundida.
-Entiendo. -Dijo sin entender-
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Muy apesadumbrado se quitó la estola y se levantó sin decir palabra. Me dio un beso en la frente y salió.
En seguida entró Mili. Con señas le hice entender que estaba muy mal como para hablar y se fue.
Lo cierto es que, a pesar del "te amo" del cura, las cosas no eran tan fáciles. No es que yo sea una histérica neurótica sino que Mili era un obstáculo y busqué la mejor manera para sacarla de mi camino.
Por otro lado, el padrecito no estaba enamorado de mí entonces. Yo tenía que conseguir que efectivamente se enamore de mí pero, para eso, primero tenía que conocerme. Era necesario que yo me desnude en cuerpo y alma ante él para que me ame realmente. Él solamente estaba enamorado de mi lujuriosa boca y, si bien es comprensible dadas mis habilidades amatorias, no era suficiente. No para mí.
Con Mili de mi lado y Amadeo confundido, con esa dulce confusión de la competencia y la fantasía erótica anudadas, yo llevaba todas las de ganar. Aunque, por el momento, primero tenía que ganarle a la cama de convaleciente.
Al otro día me practicaron los análisis de urgencia. Así que, los resultados estuvieron al instante.
"Mononucleosis", dictaminó el papel irrefutablemente.
Mis padres se sintieron aliviados. Era una enfermedad viral que llevaba sus cuidados pero era cuestión de reposar unos días. La nena estaba fuera de peligro. Pero...había una sola manera de contagiarse la llamada "enfermedad del beso".
Mis padres lo miraron con encono a Mateo. Éste, a su vez, no me sacaba los ojos de encima. Puse mi mejor cara de nada. Después de todo, no había nada que yo pudiera explicar.

domingo, 16 de mayo de 2010

Tricota

Amadeo llegó a la media hora. Entró por la puerta apurado y sus ojos me buscaban desesperados, casi atropellándose sin ver de la ansiedad. Me di cuenta que estaba preocupado y que yo le importaba.
Todo eso en un segundo. Hasta que vi que detrás de él entraba Mili con su mejor cara de mojigata.
La presión arterial casi se me baja a -4. Mili se adelantó y me saludó con un beso en la mejilla mientras me acariciaba el cabello con ademán de compasión.
Amadeo se detuvo y me preguntó desde lejos, siempre guardando las apariencias el muy hipócrita:
-¿Cómo estás, hija?
-Más o menos, padre...quisiera confesarme.
Siguió un silencio infinito. Todos me miraban como estupidizados. Hasta que por fin reaccionó el cura y dijo:
-¿Podrían dejarnos solos así puedo suministrarle a Eva el sacramento de la Reconciliación?
De a uno fueron saliendo, lentamente. Yo mantenía mis párpados a media persiana para no demostrar mi mejoría. Por fin, cuando se fueron todos, Amadeo se sentó en una silla al lado de la cama y se puso la estola púrpura para la Confesión.
-Confiéseme, padre, que he pecado...-dije, siguiéndolo con solemnidad en su farsa-.
-Dime, hija...
-¿Vos me estás jodiendo? -le dije con voz demasiado briosa para una enferma terminal-.
-¿Qué pasa? No te entiendo...¿Vos...vos...no estás tan mal, no?
-No. Ya estoy mejor. Tampoco creo que tenga meningitis. El médico que vino es un idiota.
-Pero, te vas a hacer los análisis igual, me imagino.
-Sí. Me los voy a hacer pero vas a ver que meningitis no es. Igual, eso no importa ahora. ¿Me querés decir para qué trajiste a esa turra a mi casa?
-¿De quién hablás? ¿De Mili? ¿Acaso no son grandes amigas ustedes? -Dijo con una sonrisa maliciosa mientras le asomaba un colmillo igual de malicioso chorreante de baba.
-Ahorrate el sarcasmo y decime para qué la trajiste.
-Yo las vi cuando se besaron. Las espié por la cerradura. Hoy la cité en la parroquia para preguntarle y justo llamaron para avisar que vos estabas mal y salimos corriendo para acá...
-¡Ah...picarón! ¿Te gustó lo que viste?
-La verdad, me desconcertó. Yo creí que me querías. Sos indescifrable para mí y eso me vuelve loco. Por eso la llamé a Mili. La imagen me daba vueltas y vueltas en la cabeza y quería saber más.
-¿Saber qué?
-Qué tan importante era Mili para vos.
-¿Y a qué conclusión llegaste con tu investigación?
-No sé... estoy muy confundido...lo único que se me ocurre decirte es que si la única manera de estar con vos es compartirte con otra mujer, yo estoy dispuesto a todo, a lo que sea. Y, creeme, soy capaz de todo, hasta de acostarme con las dos si es necesario.
-¡Ay! ¡Pero qué sacrificado que resultaste! ¿Eso también te lo enseñaron en el seminario?
-Vos también podrías ahorrarte el sarcasmo.
-Perdón, padrecito...
-Vos no entendés todavía lo que me pasa con vos.
-Explicame.
-Yo te amo, Eva.

viernes, 7 de mayo de 2010

Más cerca del arpa que de la guitarra

Ese lunes siguiente, no me podía levantar de la cama.
Había pasado la noche yendo y viniendo del baño con esas terribles náuseas que me hacían doler hasta el espinazo.
Yo creía que se trataba de algo emocional pero me equivoqué. La razón de las náuseas era física y yo ni siquiera podía imaginármelo.
Al amanecer, hice un gran esfuerzo por incorporarme y casi me caigo. Me paré y me agarré de la pared por un mareo que me desestabilizó por completo. Tenía la visión nublada y los músculos débiles.
La llamé a mi mamá como pude porque me sentía desvanecer.
Ella llegó enseguida y me ayudó a sentarme en la cama. Me tocó la frente y notó que estaba volando en fiebre. Entonces, lo llamó a mi papá alarmada.
-¡Mirá la nena! ¡Vuela de fiebre y casi ni se puede mover!
Yo apenas los miraba de reojo. Ya no tenía ganas ni de hablar.
Llamaron al médico. Me revisó de pies a cabeza y sentenció:
-Está deshidratada.
-¿Cómo puede ser eso, doctor?-Inquirió mi madre.
-Mire... su hija estuvo vomitando y, con la fiebre, ha sudado mucho. Va a necesitar reposo absoluto y un suero para recuperarse más rápido y no correr riesgos. Además, van a tener que inyectarle estos antibióticos. A primera vista parece un proceso infeccioso en la garganta y faringe nada más pero... a juzgar por su estado me temo que pueda ser una meningitis. Así que, mañana a primera hora, que se haga estos análisis que aquí le indico por prevención.
Todo eso decía con total apatía mientras le iba extendiendo papelitos a mi mamá que ya tenía los ojos inundados.
Todos me miraban con compasión, como a una enferma terminal. Entonces, a mis viejos, no se les ocurrió mejor idea que llamar a Mateo para que me reconforte.
El muy pedante cayó con flores. Unos claveles ordinarios con olor a velorio que pusieron en mi mesita de luz. Parecía que no querían perder tiempo.
Me tomó de la mano y me decía:
-¿Cómo estás, Evi?
Evi-tá llamarme así, imbécil. Estoy enferma y acostada, ¿no ves? (pensaba)
-Estás pálida, preciosa. Pero te vas a poner bien y vas a ver lo hermosa que vas a estar. Vas a quedar flaquita como un papelito, linda.
Este engreído no es más idiota por falta de masa encefálica (me dije)
Mientras miraba el techo y trataba de ponerle mute a las pavadas que decía, prosiguió...
-Mire, suegri, no me contesta, no habla y pareciera estar con la vista perdida. Yo la veo mal. ¿Qué podemos hacer?
Entonces me di cuenta que era el momento ideal para hacer valer mi condición de supuesta enferma terminal. El suero ya me estaba haciendo efecto pero no era necesario que nadie se entere de lo reconfortada que me sentía. Así que hablé con las voz muy queda y quejumbrosa:
-Llámenlo al padre Amadeo. Me quiero confesar. Necesito estar en gracia de Dios.
Y lo llamaron, por supuesto.

sábado, 1 de mayo de 2010

Náuseas

Cuando, por fin, pude reaccionar me separé de Mili de un empujón. Casi la azoto contra la pared. Mientras buscaba la estabilidad, le dije:
-¡Pará, loca! ¿Qué hacés, tarada? ¿Qué carajo te pasa?
-Tranquila...yo no te voy a hacer nada que vos no quieras.
-No, no, no. Mirá, chiquita, yo te voy a explicar. A mí no me vas a manipular con esa frasesita tan trillada. Para que te quede más claro, yo inventé esa frase antes de que vos aprendas a decir "mamá".
-Pero, ¿Cuántos años tenés?
Me sentí un poco acorralada por la pregunta pero no me dejo apurar así nomás, así que le dije:
-Digamos que soy una estudiante universitaria y punto. ¿A vos qué te importa? Además, acá estamos barajando otra cosa. ¡No te me acerques! Te lo advierto una vez. Solamente una vez.
En eso sentimos que golpean la puerta y la madre de Mili entró para avisarnos que estaba el postre servido.
Yo le dije que le agradecía pero que, por lo visto, la falta de costumbre al alcohol me había hecho marear y que me iba a mi casa.
Fui al comedor casi corriendo. Parecía desesperada. La vieja les anunció a todos mi estado de beoda inexperta y Amadeo se ofreció muy cortésmente a acompañarme para que no me pase nada.
Eso me tranquilizó. No quería dejarlo ahí a disposición de mi nueva promiscua amiga.
Salimos juntos caminando lentamente. Me cedió el brazo. Caminábamos callados. La tensión erizaba hasta las pestañas.
Amadeo no aguantó el silencio. Por lo visto, lo incomodaba, o bien, tenía algo para decir.
-Eva, tengo algo que decirte...
-Ahora, no, Amadeo. Por favor.
-¿Qué te pasa? ¿Saliste muy nerviosa del cuarto de Mili?
-Lo único que te puedo decir es que esa mina está loca y que te conviene alejarte.
-¡Ja! ¡Mirá quién habla!
-¿Te estás burlando de mí? ¿Para eso querés hablar?
-No. No. No me malinterpretes. Lo que pasa es que me volvés loco. Desde "esa vez" en la parroquia, no puedo dejar de pensar en vos. No sé qué hacer...
-Mirá. Yo no estoy borracha. Solamente me quería ir y me puedo ir sola hasta mi casa. Me parece que estás confundido. ¿Podemos dejar esta charla acá?
-No te entiendo.
-No hace falta. Chau.
Y me fui. Él se quedó estupefacto mirándome caminar un largo trecho hasta que doblé la esquina y lo perdí de vista.
Cuando llegué a mi casa, me mandé para mi habitación como tren lleno. Parecía que la cabeza me iba a explotar.
Pero, cuando entro, me encuentro a Javito recostado en mi cama esperándome.
Se levantó de un salto y fue a abrazarme (a apretarme). Le esquivé el cuerpo y reaccionó mal.
-¿Qué te pasa, nena? Hace rato que te estoy esperando, mamita, para hacerte unos mimos.
-Andate -le dije-.
-Pará, loca, a mí no me tratés así. Yo no soy tu juguete, tu semental.
Y me agarró del brazo como para forzarme. Entonces saqué el bisturí y lo amenacé.
-Andate, te dije. Yo no estoy jugando.
Retrocedió asustado y se escabulló por la ventana.
Al fin, pude recostarme en la cama y descansar un poco aunque todo me daba vueltas en la cabeza y en el estómago. Recuerdo que varias veces tuve que levantarme para ir al baño con la sensación de vomitar pero no podía.
Las náuseas no eran un estado emocional que yo conociera hasta entonces.

domingo, 11 de abril de 2010

Descalzas pero no carmelitas

Disculpen la tardanza. Es que... estuve incomunicada dos semanas por una lid mínima. Rutina...algo sin importancia.
Bueno, les sigo contando.
Ese día, cuando llegamos a la casa de Mili, nos esperaban los papás de Mili. ¡Si vieran la madre! Tan amorosa como estirada, la vieja. Y dos engendros varones de hijos. Los hermanos de Mili eran menores que ella y que yo. Se la pasaban hablando de la play, imagínense las ganas de clavarles el cuchillo entre los ojos que tenía.
Reconozco que soy una persona pasional pero, tratándose de un domingo al mediodía, esperaba que don Iturrazpe se despache con un asado, mínimamente. Así que me senté a la mesa ilusionada como una niña esperando el turno para subirse a la calesita.
Se ve que no era mi día de suerte.
Todos mis jugos gástricos se estaban poniendo en alerta para esperar el bocado de costilla o vacío...hummm...o una morcillita, algo, cuando la doña anunció que ya estaba listo el Chop Suey.
"¡Malditas modas!" -maldije en mi interior- "¡Vieja de mierda, me va a hacer comer arroz con pollo un domingo! ¡Será de Dios!"
Nos acomodamos a la mesa. Pensé que a pesar de todo podíamos salvar la comida con el vinito que estaba descorchando el viejo Iturrazpe mientras, sin repetir y sin soplar, no paraba de contar sus anécdotas "comiquísimas", según él mismo las catalogaba.
Quedé sentada en frente de Amadeo que no me sacaba los ojos de encima. Al lado mío se sentó Mili, con su carita adormilada, manejaba los palillos con una destreza increíble.
Yo preferí pedir cubiertos antes que pasar un papelón y, encima, no poder probar bocado.
Aprovechando la ubicación favorable, deslicé un pie descalzo por debajo de la mesa en dirección al regazo de Amadeo. Empecé a subir lentamente con mis dedos acariciando sus tobillos, sus pantorrillas...y así.
El padrecito estaba colorado y sudaba. Alegaba que el vino le estaba acalorando las mejillas. Pero, cuando estaba llegando con mi pie al muslo, me encontré con otro pie que no era el mío.
No sabía cómo disimular mi sobresalto. Tiré al piso el tenedor adrede y me agaché para juntarlo y averiguar que estaba pasando ahí abajo.
También se agachó Mili. ¡Era su pie!
Nos encontramos las dos descalzas sujetando el tenedor en el piso. Me miró fijo y me dijo "quiero hablar con vos en privado". Asentí con la cabeza.
Subimos los rostros sobre la vista de los comensales y Mili dijo muy alegremente "¿Me acompañás a mi habitación que te quiero mostrar la imagen de la Virgen que tengo?". Por supuesto, accedí gustosa.
Fuimos a la habitación de Mili. Cerró la puerta detrás mío y entonces no aguanté más y le dije:
-Mirá, nena, saquémonos las caretas. Te lo digo de una vez y para siempre, no te metas con el padrecito.
-Quedate tranquila. -me dijo con una voz melosa.
-¿¡Qué!?-grité y después con la voz contenida entre dientes- Dejá de hacerte la mosquita muerta conmigo. Vos lo estabas buscando al cura por abajo de la mesa. A mí no me vas a joder así nomás, te aviso.
-Te dije que te quedes tranquila, el padre no me interesa.-y se me acercaba-
-¿A qué estás jugando? Mirá que no sabés con quien te estás metiendo...
-Shhh...-me dijo mientras apoyaba suavemente su dedo índice sobre mi boca.
Yo no entendía nada. Hasta que...se acercó un poco más, me acarició la mejilla y me acomodó el cabello detrás de la oreja. Yo quería hablar pero no me salía nada. Entonces...entonces me agarró la cara con las dos manos y me besó en la boca con un beso suave pero apasionado.
La perplejidad me invadió y a falta de una mejor reacción le devolví el beso.

domingo, 28 de marzo de 2010

Mi amiga Mili

Mientras hablaba con Mili hacía todos los esfuerzos inimaginables para disimular mi desagrado y evitar los gestos delatores en mi rostro.
Le dije que me gustaría ayudarle en el coro y que me enseñara a cantar.
Se puso re-contenta. " ¡Ay! ¡Súper!", me dijo la muy hueca. Yo le sonreí con candidez.
Amadeo nos observaba desde lejos y se le notaba la cara de pavor.
Durante la Misa me senté con ella y traté de seguirla en el canto. Hice lo que pude...en fin.
Al finalizar la celebración, le alabé la voz de mil maneras. "¡Ojalá yo tuviera un talento como el tuyo y al servicio de Dios nuestro Señor! Seguramente Dios se regocija con tu voz. Si cantar es rezar dos veces, en tu caso debe ser todo el coro de querubines juntos." Ésta fue la frase que terminó de derribarla. La vanidad es mala consejera pero Mili no lo sabía y yo sí.
En seguida me tomó del brazo y ya éramos íntimas y nos matábamos de risa.
Amadeo se demoraba en la sacristía, creo que no se animaba a salir.
Como la cosa marchaba de mil maravillas, Mili, feliz de tener una amiga que le alimente el ego, me invitó a comer a su casa. Dudé un poco..."que no sé...que mis papás capaz me estén esperando..." hasta que dijo, "también va el padre Amadeo. Él es muy amigo de mi familia y charla mucho con mis hermanos..."
Un rencor amargo me subió por el tracto digestivo hasta la glotis. Sé que se me endureció la cara pero pude aflojarla de inmediato.
-Bueno, le mando un mensajito a mami para avisarle y voy con vos. Va a ser un placer.
-Dala. Dale. ¡Qué bueno, Evi! Le voy a avisar al padre que ya nos vamos.
Se fue casi saltando, como una nenita, feliz a la sacristía. Yo masticaba el sabor de la venganza anticipada.
Siempre es bueno evaluar el territorio enemigo.
Salieron los dos de la sacristía. Ella sonreía ajena a todo. Él estaba más serio que perro en bote.
-¿Vamos?-pregunté provocadora.
-Vamos-dijo el padrecito y salimos los tres.

domingo, 21 de marzo de 2010

Con el bisturí en la cartera

Los días siguientes me sumí en una tristeza bastante profunda. Le daba vueltas en mi cabeza a la situación pero no hallaba las respuestas. Y no las iba a hallar tirada en la cama.
Cuando llegó el domingo, me levanté al amanecer. Me duché -hacía días que no lo hacía-, me arreglé lo mejor que pude, agarré el bisturí que me había robado en la morgue aquel día de incertidumbre, lo puse en la cartera y salí.
El bisturí ya era una especie de amuleto para mí. La sensación de consuelo que me había proporcionado parecía envolverlo. Al poseerlo, llevaba esa sensación conmigo y me sentía segura y fuerte.
De vez en cuando, lo acariciaba dentro de la cartera o lo tanteaba por fuera como para asegurarme de que mi amuleto seguía acompañándome.
Llegué a la parroquia y estaba casi desierta.
El padre Amadeo ya se encontraba en el confesionario así que me acerqué, me arrodillé y comencé mi confesión.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida, hija. ¿Cuáles son tus pecados?
-¡Qué hija ni que carajo! ¿A vos te parece que podés decirme hija después de lo que pasó el otro día?
-Shhh...Shhh...-Chitaba como loco, desesperado por el miedo a que alguien me escuche-.
-¡A mí no me chités, eh! Yo voy a decir todo lo que tenga que decir. ¿O vos te creés que actuar en la forma en que lo hiciste conmigo es gratuito?
-Por favor...bajá la voz -me suplicaba entre dientes.
Me calmé en apariencia y seguí. Al fin y al cabo, yo iba a buscar respuestas así que debía hacer preguntas.
-Decime una cosa, ¿me podés explicar para qué me llamaste la otra noche cuando no me dijiste nada y me llorabas en la oreja como un nene de pecho?
-Es que estaba muy triste y no sabía con quien hablar...pensé en vos...necesitaba consuelo...es que...es que murió mi mamá.
-Ajá! ¿Y al otro día, encontraste consuelo en los brazos de otra?
-¿De qué hablás? Te estoy diciendo que murió mi mamá y vos...
-No, no, no. No me saques de tema. Te vi. Te vi en la cocina abrazado a esa minita de la Acción Católica. ¿Cómo es que se llama?
-Mili...
-Sí, esa, Mili. ¿Qué pasa con Mili?
-No pasa nada. Solamente me vio mal y me abrazó. Además, no tengo que darte explicaciones.
-¿Así que no? ¿Y me querés hacer creer que la tal Mili es una carmelita descalza y no pasa nada?
-No sé qué te pasa. Yo creí que eras distinta...
-¿Distinta? ¿Cómo? ¿Como Mili?

Y me levanté ofuscada y me fui a sentar al banco del fondo de la Iglesia. Me temblaban las manos. Los celos me tenían enceguecida. Es que cuando algo tan fuerte como lo mío con Amadeo te llega, no lo podés manejar.
Acariciaba nerviosa el bisturí en el fondo de mi cartera. En eso, veo que entra Mili con la guitarra. Es que también sabía tocar la guitarra y cantar como los ángeles la muy yegua.
Ni lo pensé. Me acerqué y la saludé.
-Hola. ¿Vos sos Mili?
-Sí. ¿Qué pasa?
-Nada. Solamente quería hacerte una preguntita y hablar con vos por una cosa.

martes, 16 de marzo de 2010

La traición

Al otro día me levanté sobresaltada.
Antes de irme a la facultad pasé por la parroquia para salir de dudas. No podía dejar de sentir los sollozos de Amadeo en mi oído.
Cuando llegué, encontré la puerta de la casa parroquial entreabierta. Así que la empujé sin dudarlo y empecé a buscar a Amadeo. El corazón me saltaba en el pecho. Me sentía exultante. Creía que él me iba a estar esperando y, al fin, luego de decirme lo que no había podido verbalizar por teléfono, lo consolaría entre mis brazos con esa mezcla de ternura y erotismo capaz de demoler las voluntades masculinas más férreas.
Me mandé sin pensarlo hasta el cuarto pero no lo encontré. Entonces, me fui despacito hasta la cocina cuando casi me caigo al ver lo que vi.
Amadeo estaba apoyado en contra de la mesada y abrazándolo estaba Mili. Después supe que esa misma chica era Mili, la presidenta de la Acción Católica de Jóvenes de la parroquia.
María de los Milagros Iturrazpe, era su nombre completo.
Volví sobre mis pasos sin decir ni una palabra, en silencio.
¿Qué hacía el cura abrazando a Mili?
Me sentí terriblemente traicionada. ¡A mí me llora y a ella la abraza! ¿Habría algo más entre ellos? Así como no me rechazó a mí, quizás acostumbraba hacer con las demás. ¿Era yo una más del montón?
Un torrente de pensamientos oscuros y nefastos atravesaban mi cabeza.
Casi sin respirar llegué a la morgue de la facultad. Mecánicamente busqué un bisturí y me puse a disecar un cadáver.
Solamente la piel cortada apaciguaba un poco mi ansiedad en ese momento. Miraba las entrañas del difunto y no podía borrar la imagen que había presenciado hacía unos instantes. Apuñalé varias veces el hígado muerto. La sangre coagulada era menos que un aliciente para tanta bronca e incertidumbre.
Me miré las manos manchadas con sangre y sentí la fría muerte entre los dedos.
Fue una sensación única que marcó mi deseo y mi sed para siempre.

sábado, 13 de marzo de 2010

Noche clave

Nunca entendí bien el significado de esa noche hasta hoy.
No podía entender porqué llamaba Amadeo y mucho menos porqué lloraba y no hablaba.
Yo estaba muy cansada y me exasperó esa situación, así que le corté. En seguida me arrepentí pensando que quizás había arruinado una oportunidad única pero no me daba más el cuerpo.
Ahora todo tiene sentido. Con la debida distancia temporal y física, puedo ver que ese fue el punto desencadenante de la tragedia que me nos envolvió después.
Bueno...en fin...era el destino que nos unía y alguien tenía que ejecutarlo.
Esta vez me tocó a mí cumplir con los designios divinos. Eso es algo que nadie entiende y me molesta muchísimo.
Me condenan y me condenaron siempre. ¿No entienden que todo está escrito por más terrible que sea?
Todavía siento su voz diciendo mi nombre...despacito, despacito y después de eso, ese "por favor" lastimero entre sollozos. Siempre se portó como un maricón. "Por favor", decía, como un mendigo. Él tampoco entendía entonces. Ahora seguramente sabrá que lo que hice fue por los dos y de alguna manera le devolví la dignidad que había perdido. "Por favor" me pedía postrado y sollozando. "Callate marica", le dije ese día.
Creo que fui un poco dura. Cuando me acuerdo me duele mi dureza. Pero debía ser así. Ya estaba escrito.
Si no me hubiese llamado esa noche, quizás otra hubiese sido la historia y hasta seríamos felices. Pero tuvo que llamarme porque, sencillamente, no podía escapar a su destino.

sábado, 6 de marzo de 2010

El llamado


Cuando Javito escuchó el nombre de Amadeo salido de mis labios, me apartó brúscamente de sí. Después me agarró del cuello y me puso contra la pared. Me miraba con los ojos desorbitados y los dedos le temblaban en mi garganta.
-¿Quién es Amadeo?
-El cura. -le dije-.
-Así que ahora estás caliente con el cura...eh?
-Algo así...
Cada vez me apretaba más fuerte, me estaba quitando el aire.
-Pero vos sos mía. ¿Te acordás?
-Claro...c l a r o...-se me entrecortaba la voz.
-¿Y qué te gustaría hacerle al cura? ¿Querés que juguemos como antes?-diciendo eso me soltó.
Entonces lo empujé encima de la cama. Busqué una media y se la puse en la boca. Javito se dejaba hacer. Busqué un cinto. Y Javito se dejaba hacer. Cabalgué, cabalgué como una loca y él se dejaba hacer.
Después de una sesión muy pasional, le dije que se vaya, no vaya a ser que se quede dormido y nos descubran mis viejos.
Salió por donde había entrado.
Yo ya estaba fatigada con semejante día.
Me quedé tirada en la cama y no tenía fuerzas ni para ir al baño a higienizarme.
En eso suena el celular. Un número privado.
-Hola...¿quién habla?
-...
-¿Quién es?
-El padre Amadeo. Disculpá la hora. ¿Te desperté?
-¿Cómo conseguiste mi número?
-Lo saqué del libro de los miembros del Opus Dei...
-¿Qué pasa?
-...-sólo se sentía una especie de sollozo.

jueves, 25 de febrero de 2010

Visita subrepticia

-Nena, ¿querés cenar? ¿Te caliento la comida en el micro? -vociferó mi vieja ni bien atravesé la puerta.
-No, ma. No voy a comer. No me siento muy bien. Me voy a dormir.

Fui al baño y después entré en mi habitación.
Esperaba que Javito estuviera ahí pero igual me tomó por sorpresa.
Esa noche estaba más excitado que nunca. No me dio tiempo ni a decir "hola". Me esperaba atrás de la puerta. Me agarró de atrás y mientras me sostenía de la cintura con una mano, me desvestía con la otra. Entre susurros y besos apurados, empezamos con el acto medio de "dorapa" nomás.
No sé qué tenía. Yo estaba más caliente que una brasa con lo que había pasado con el cura. Pero qué lo tenía así a él, no lo sé.
Lo bueno de Javito era que no hacían falta explicaciones.
Ya sabíamos para que nos encontrábamos y poníamos todo nuestro empeño en que se lleve a cabo lo mejor posible.
Nada mejor que su "visita higiénica" subrepticia me podía pasar esa noche.
Hasta que, en lo mejor de la tarea, entre gemidos le dije: "dale, Amadeo...más...más...asííí..."

lunes, 22 de febrero de 2010

Mateo y Javito

Salí los más rápido que pude del baño para que Mateo no note nada.
No tuve tiempo de arreglarme el aspecto. Me topé con Mateo en el pasillo ya casi llegando a la capilla.
-¿Dónde estabas, Eva? ¿Por qué estás así, toda sudada? ¿Estás bien?
-No...no me siento bien. Estoy descompuesta.
-Mirate el pelo, bebé...y, ¿Qué tenés en la boca?
-Es que estuve vomitando...
-¿Pero cómo no me dijiste nada que te sentías tan mal?
-No quería preocuparte. Mejor si nos vamos, ¿sí?
-Sí. Igual primero vamos a saludar y explicamos. No quiero quedar mal con esta gente. Vos siempre tan oportuna, mirá. -dijo un poco ofuscado-.

Me arrastró hasta el salón para saludar a la gente del Opus y les explicó que yo me sentía mal pero que estábamos encantados y que íbamos a volver y...y...
Esa manía que tenía de hablar por los dos y de tratarme como subnormal me sacaba de quicio pero me quedaba cómoda. Que él construya su mundo a su antojo, total no perdemos nada-pensaba-.
Nos subimos al auto y me llevó a casa.
Cuando llegamos lo veo a Javito parado en la esquina ocultándose a medias detrás de la visera de la gorra y las rastas y sonriendo de medio lado, a lo guapo de los años 20. Nos miraba fijo y se reía. Pareciera que lo disfrutaba. Yo me morí de amor.
Mateo seguía parlanchiando.
-A ver si la próxima vez te mostrás mejor. Yo entiendo que te descompusiste pero desaparecer así y no hablar ni una palabra. ¿Qué van a pensar de nosotros? Yo no puedo estar salvando todas las situaciones sociales por tu apatía, Evita. Está bien, yo entiendo que te hayas sentido mal. ¿Qué te habrá caído mal? Estás hecha un desastre. Menos mal que te saqué rápido. Estás toda despeinada. Impresentable...impresentable... Espero que la próxima vez estés a la altura de las circunstancias. Yo necesito una mujer que sepa manejarse en mi mismo nivel social, ¿OK, bebé?
-Sí, mi amor. Quedate tranquilo.
-¿Querés que baje con vos y le explique a tus papás?
-No. No es necesario. Además, me voy a acostar en seguida porque todavía me siento débil.

Le di un beso y me bajé. Mateo siempre esperaba a que yo entre a casa antes de irse, por seguridad. Así que no pude más que guiñarle un ojo a Javito. Aunque no necesitaba más.
Apenas se fue Mateo, Javito estaba entrando por la ventana de mi habitación.

domingo, 21 de febrero de 2010

Mateo y Amadeo

Sigo donde quedé.
El padre Amadeo, claro, le dio la mano a Mateo. No puedo definir con exactitud la expresión de su cara, una mezcla de sorpresa, alivio y ¿celos?. No sé. Mateo tenía la sonrisa ancha como tajada de sandía, como era de esperarse.
El padre hizo una mueca como de hombre ocupado y apurado y se fue.
Quedamos en la reunión del Opus Dei. Parecía más bien una reunión de Encuentros matrimoniales. Todos se presentaban de a parejitas, perfectas y sonrientes. Todos muy amables y educados y, obviamente, profesionales o universitarios en proceso.
Mateo estaba en su salsa. Yo la jugaba de tímida y sumisa, como siempre con Mateo. Así que él hablaba por los dos. ¡Por Dios, cómo hablaba! No paraba con su ego: "porque yo...porque yo..." y así todo el tiempo. Yo era su apéndice y me presentó como a él le gustaba: "Ella es mi novia Eva, futura médica".
En aquel momento estaba en tercer año de medicina. Ya se podía asegurar que iba a llegar a doctora... o, al menos, así lo consideraba mi novio. Sea como sea, Eva a secas no le alcanzaba.
En eso que estaban entre "Escrivá de Balaguer" y "la santificación por el trabajo", le dije por lo bajo a Mateo que iba al baño.
Me escabullí lo más rápido que pude en la casa parroquial buscando al padre Amadeo. Me metí sigilosamente, sin hacer ruido. Escuché el sonido de la ducha. Entonces golpeé la puerta del baño y del otro lado respondió la voz del padre diciendo que estaba "ocupado" y preguntando por quien era. Sin decir "agua va" me metí en el baño y le corrí la cortina de la ducha de un golpe rápido.
Casi se muere de un infarto el cura mientras trataba de tapar lo que, gracias a Dios, era imposible de tapar.
-¿Qué hacés? ¿Estás loca?- Me gritaba espantado-
-Sí, estoy loca y vos sabés porqué.
-No. Nena, mirá, tenés que hacerte ver. Esto no puede ser...
-¿Qué no puede ser?-lo paré de prepo- Ahora estás desnudo en cuerpo y alma frente a mí. Vos sabés que querés lo mismo que yo.
-Definitivamente estás loca. Te tenés que ir...-dijo tomándome del brazo.

En un santiamén me arrodillé y le di una breve muestra de que yo tenía razón. No pudo alejarme. No quiso alejarme.
En eso escuchamos la voz de Mateo que me llamaba...
-Eva...¿dónde estás? ¿Estás bien?...Eva...

viernes, 12 de febrero de 2010

Mateo y el Opus

Cuando llegó el día miércoles, yo era una olla a presión. Pero, como he aprendido de la vida de los santos, la paciencia es una gran virtud y puse todo en las manos del Señor. Bueno, no todo.
Fui a las 20:30 hs. a la reunión del Opus Dei en la Parroquia con mi novio Mateo.
"Mateo Vásquez Paz, abogado. Para servirle." Como le gustaba presentarse a sí mismo.
La situación con el padre Amadeo había quedado un poco tensa. Así que me pareció una buena estrategia presentar a mi novio para distender el asunto.
Cuando le conté a Mateo que me habían invitado al Opus Dei, se puso loco de contento. Como él es un hombre de buena familia, un señor abogado y un "niño bien" -claro- le entusiasmó muchísimo la idea de "pertenecer" al Opus. Porque él era católico pero no cualquier católico, sino uno con una profesión renombrada y qué mejor que el Opus Dei para regodearse con sus ínfulas de "Doctor Vásquez Paz" y, como aditivo, sumar puntos a su imagen pública.
Papá y mamá estaban chochos con Mateo. Es que se trataba del muchacho justo para presentarle a los padres: de buena familia, abogado, prolijito, muy muy educado y con intenciones serias.
Ah! Y obviamente, me respetaba. Sí que me respetaba. Demasiado me respetaba, ni una teta era capaz de tocar.
Y como todo tipo presentable, de esos con los que sueñan los padres para sus hijas, era un pelmazo. Claro que, como todo pelmazo, caía siempre bien. No sé cómo ni porqué, pero caía bien.
Ergo, Mateo, era mi pasaporte asegurado para entrar en ese círculo de pedantes profesionales católicos y ganarme la confianza del cura.

-Padre, le presento a mi novio...
-Mateo Vásquez Paz, abogado. Mucho gusto. -estirando la mano-.
-Mucho gusto...-dijo Amadeo-.

viernes, 5 de febrero de 2010

Eso no se hace

Yo que me había acercado a él con confianza, con ternura y hasta con ingenuidad. También había mucha ilusión y algo de pasión, sí, no lo voy a negar pero no me esperaba eso.
Desde siempre la carne fue más fuerte que el espíritu y ni hablar si se trata de mi carne. Nunca me había pasado algo semejante. ¡A mí! ¿¡Cómo se le ocurrió hacerme eso a mí!?
Yo estaba recostada en su falda, como les conté, sentía su olor, el calor de su cuerpo...era inevitable lo que iba a pasar. Tuvo una mal disimulada erección y qué hizo! ¿Saben qué hizo? Me agarró del pelo y me sacó de golpe de encima suyo.
¡Que no podía ser! Gritaba mientras se acomodaba un poco. ¡Que lo perdone! Que...que yo lo estaba provocando y así no pueden ser las cosas....que, que lo respete...y después volvía a pedirme perdón.
No. No. Eso sí que no se lo perdoné nunca.
No se lo iba a decir en ese momento porque no era conveniente. Se la dejé pasar porque la venganza es un plato que se come frío.
Sí. Después fui al Opus Dei y todo el santo rosario como él quería pero también le llegó su hora.
No hay nada que tiente más que un voto de castidad y más si se mantiene.
Pero nadie es tan fuerte como para no doblegarse con estos labios. Ahí no hay piedad.

lunes, 1 de febrero de 2010

Ese domingo...(II)

Como habrán notado, para esa altura, el padre Amadeo ya me voseaba. Igual a mí no me parecía conveniente tratarlo de "vos".
Cuando volvió estaba todo agitado. La gente ya se había ido de la Iglesia y estábamos completamente solos.
Él cerró detrás de sí la puerta de la sacristía. Hizo un ademán raro. Yo creí que iba a echar llave pero se dio vuelta de golpe y sin mediar cortesía alguna me dijo:
-Nena, ¿qué buscás? Decime la verdad. Yo no creo que a vos te muevan impulsos cristianos.
-Padre, no le entiendo -dije con la voz temblorosa al borde del sollozo.
-Disculpá. No quise ofenderte. Es que no sabés, ¡pasa cada cosa acá!
-Sigo sin entenderlo.
-Olvidate. ¿Tenés ganas de trabajar en la parroquia, no? Bueno...vos sos joven...¿Vas a la universidad?
-Sí, estudio medicina, padre.
-Me parece que el mejor lugar para vos, entonces, es el Opus Dei. Ellos se reunen todos los miércoles a las 20 hs. ¿Podés venir a esa hora?
-Sí, claro.
Se lo veía cansado. Como si la charla le hubiese costado una gran cantidad de energía física. Se sentó y se recostó hacia atrás.
Me acerqué despacio y me arrodillé a su lado. Él miraba sorprendido pero no se movía.
Recosté mi cabeza en su falda y le pedí que me dé la bendición.
Él acariciaba mi cabello con ternura sin mediar palabra. Le temblaban las manos.
Ay!...¿cómo seguir?
Cuando les cuente lo que siguió entenderán porqué tuve que hacer lo que hice.

jueves, 28 de enero de 2010

Ese domingo...

Cuando llegó el domingo, la ansiedad me tenía loca. Me levanté de un salto de la cama y empecé a probarme ropa. Revolví todo desquiciada, me enojé y lloré varias veces hasta que me decidí por un recatado vestido gris pero que no dejaba de enaltecer las curvas delicadamente.

A las diez menos cuarto ya estaba en la Iglesia. Me senté en el primer banco de la izquierda y oí Misa devotamente sin dejar de mirarlo lo más fijamente posible.

Él esquivaba mi mirada pero, de a ratos, me buscaba.

Cuando terminó la celebración, me fui presurosa a la sacristía y me metí sin anunciarme. El cura se estaba desvistiendo. Mientras se sacaba la casulla, enmarañado entre tanta tela, no había notado mi presencia. Entonces puse suavemente mi mano sobre su cíngulo y le ofrecí mi ayuda.

Se sobresaltó un poco pero no reaccionó hasta unos segundos después. Me miró fijamente y tomó mi mano deslizándola con fuerza y ternura a la vez sobre su alba.

Mi pecho subía y bajaba agitado…mis labios se humedecieron y…y…golpearon la puerta.

Él soltó mi mano como si se tratase de un hierro caliente y ambos despertamos de un sopor confuso.

-Pase.

-Padrecito, acá le traigo la colecta. ¿Dónde la dejo?

-Déjela ahí, por favor, en el primer cajón. Gracias.

-De nada, padrecito. Después quisiera pedirle que me bendiga unas estampitas que traje.

-Ya voy. Ahora estoy ocupado pero en seguida voy.

La vieja me miraba con desconfianza. Con un recelo que me daba bronca.

Al fin, salió pero dejando la puerta abierta y sin despegarme los ojos de encima. Yo miraba el techo.

Amadeo suspiró profundo. Me miró inquieto y me dijo:

-¿Podés esperarme un ratito? Yo termino con estas cosas y vuelvo. Así estamos solos y podemos charlar más tranquilos. ¿Sí?

-Sí…

-Ya vengo…


domingo, 24 de enero de 2010

Primera Confesión

La primera confesión con el padre Amadeo fue más o menos así...
Como ya les conté, yo me había arrodillado en el confesionario para esperar al sacerdote.
Cuando se puso la estola púrpura, empecé a sentirme realmente compungida y pensé en volver al redil sinceramente:
-¡Ave María Purísima!
-Sin pecado concebida, padre.
-Dígame...
-Mire, padre -sólo escuchaba su voz cadenciosa y vislumbraba apenas una sombra de sus labios perfectos-, hace mucho que no me confieso y he faltado mucho a Misa pero quiero volver a ser una devota practicante y ayudar en lo que pueda en la parroquia.
-Eso es muy bueno, hija. Siempre hacen falta manos que colaboren en la obra del Señor.
-Yo no soy su hija.
-Claro...es sólo una forma afectuosa de llamar a las hijas espirituales...
-Pero yo no soy su hija. Usted es un hombre y yo una mujer.
-Pero yo soy sacerdote...
-Eso no cambia la naturaleza, señor cura.
-Es verdad lo que dice, señorita, pero sepa respetar mi investidura.
-Yo no le he faltado el respeto. Solamente estaba charlando.
-Está bien. ¿Algo más que quiera confesar?
-Sí. He tenido pensamientos impuros con un hombre prohibido. ¿Quiere que le cuente por qué es prohibido?
-No, no hace falta. Es necesario que se lo quite cuanto antes de la cabeza.
-Lo sé. Por eso lo confieso.
-¿Algo más?
-Sí. ¿Cómo se llama, padre?
-Soy el padre Amadeo.
-Bello nombre para un sacerdote...No recuerdo nada más. Absuélvame, padre, que he pecado.
-Bien...de penitencia le va a rezar un misterio del rosario a la Virgen Dolorosa para que purifique su alma y sus pensamientos.
-Yo quisiera realmente enmendarme ayudando en la Iglesia. ¿Qué puedo hacer?
-Venga el domingo a la Misa de 10 y después hablamos.
-Está bien, padre. Gracias.

Recé el pésame como mejor me salió, me absolvió y me fui al banco a cumplir con la penitencia encomendada poniendo la mejor cara de estampita posible. Trataba de imitar hasta en los gestos a las imágenes santísimas que me rodeaban.
Realmente quería cambiar pero no podía dejar de pensar en el domingo y esa charla que parecía una promesa...el nombre de Amadeo resonaba suave y dulce en mi cabeza

lunes, 18 de enero de 2010

En el principio...

Todo empezó en el verano del 2007.
Por aquel entonces yo tenía unos florecientes 27 años.
Amadeo había llegado a principios de enero a la parroquia. Perdón, el padre Amadeo Casas, recién ordenado y recién salido del Seminario.
Yo no era de ir muy seguido a la Iglesia. De hecho, estaba atravesando por una crisis de fe importante y detestaba a los curas junto con sus cirios enormemente. ¡Esos farsantes, zánganos disfrazados con camisones!-pensaba.
Pero cuando llegó Amadeo todo cambió. Él no era como los otros. Era un ángel caído del cielo. Parecía que flotaba en la levedad y pureza de su ser.
Fue una señal.
Entonces supe que algo iba a cambiar y que la gran confusión en la que se anegaba mi alma tendría remedio. Todo eso supe desde el momento en que mi mirada se cruzó con la suya por primera vez mientras yo pasaba por la vereda de la Iglesia sin sospechar siquiera mi destino.
Todo fue tan claro que sólo tuve una opción: redimirme. Así que entré inmediatamente y esperé al novel sacerdote arrodillada en el confesionario para que me diera el santo sacramento de la Reconciliación con sus benditas manos.
Era el principio de la redención y del pecado que me hacía volver y volver cada tarde a confesarme.
¡Ay..! El padre Amadeo y sus manos benditas...