domingo, 28 de marzo de 2010

Mi amiga Mili

Mientras hablaba con Mili hacía todos los esfuerzos inimaginables para disimular mi desagrado y evitar los gestos delatores en mi rostro.
Le dije que me gustaría ayudarle en el coro y que me enseñara a cantar.
Se puso re-contenta. " ¡Ay! ¡Súper!", me dijo la muy hueca. Yo le sonreí con candidez.
Amadeo nos observaba desde lejos y se le notaba la cara de pavor.
Durante la Misa me senté con ella y traté de seguirla en el canto. Hice lo que pude...en fin.
Al finalizar la celebración, le alabé la voz de mil maneras. "¡Ojalá yo tuviera un talento como el tuyo y al servicio de Dios nuestro Señor! Seguramente Dios se regocija con tu voz. Si cantar es rezar dos veces, en tu caso debe ser todo el coro de querubines juntos." Ésta fue la frase que terminó de derribarla. La vanidad es mala consejera pero Mili no lo sabía y yo sí.
En seguida me tomó del brazo y ya éramos íntimas y nos matábamos de risa.
Amadeo se demoraba en la sacristía, creo que no se animaba a salir.
Como la cosa marchaba de mil maravillas, Mili, feliz de tener una amiga que le alimente el ego, me invitó a comer a su casa. Dudé un poco..."que no sé...que mis papás capaz me estén esperando..." hasta que dijo, "también va el padre Amadeo. Él es muy amigo de mi familia y charla mucho con mis hermanos..."
Un rencor amargo me subió por el tracto digestivo hasta la glotis. Sé que se me endureció la cara pero pude aflojarla de inmediato.
-Bueno, le mando un mensajito a mami para avisarle y voy con vos. Va a ser un placer.
-Dala. Dale. ¡Qué bueno, Evi! Le voy a avisar al padre que ya nos vamos.
Se fue casi saltando, como una nenita, feliz a la sacristía. Yo masticaba el sabor de la venganza anticipada.
Siempre es bueno evaluar el territorio enemigo.
Salieron los dos de la sacristía. Ella sonreía ajena a todo. Él estaba más serio que perro en bote.
-¿Vamos?-pregunté provocadora.
-Vamos-dijo el padrecito y salimos los tres.

domingo, 21 de marzo de 2010

Con el bisturí en la cartera

Los días siguientes me sumí en una tristeza bastante profunda. Le daba vueltas en mi cabeza a la situación pero no hallaba las respuestas. Y no las iba a hallar tirada en la cama.
Cuando llegó el domingo, me levanté al amanecer. Me duché -hacía días que no lo hacía-, me arreglé lo mejor que pude, agarré el bisturí que me había robado en la morgue aquel día de incertidumbre, lo puse en la cartera y salí.
El bisturí ya era una especie de amuleto para mí. La sensación de consuelo que me había proporcionado parecía envolverlo. Al poseerlo, llevaba esa sensación conmigo y me sentía segura y fuerte.
De vez en cuando, lo acariciaba dentro de la cartera o lo tanteaba por fuera como para asegurarme de que mi amuleto seguía acompañándome.
Llegué a la parroquia y estaba casi desierta.
El padre Amadeo ya se encontraba en el confesionario así que me acerqué, me arrodillé y comencé mi confesión.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida, hija. ¿Cuáles son tus pecados?
-¡Qué hija ni que carajo! ¿A vos te parece que podés decirme hija después de lo que pasó el otro día?
-Shhh...Shhh...-Chitaba como loco, desesperado por el miedo a que alguien me escuche-.
-¡A mí no me chités, eh! Yo voy a decir todo lo que tenga que decir. ¿O vos te creés que actuar en la forma en que lo hiciste conmigo es gratuito?
-Por favor...bajá la voz -me suplicaba entre dientes.
Me calmé en apariencia y seguí. Al fin y al cabo, yo iba a buscar respuestas así que debía hacer preguntas.
-Decime una cosa, ¿me podés explicar para qué me llamaste la otra noche cuando no me dijiste nada y me llorabas en la oreja como un nene de pecho?
-Es que estaba muy triste y no sabía con quien hablar...pensé en vos...necesitaba consuelo...es que...es que murió mi mamá.
-Ajá! ¿Y al otro día, encontraste consuelo en los brazos de otra?
-¿De qué hablás? Te estoy diciendo que murió mi mamá y vos...
-No, no, no. No me saques de tema. Te vi. Te vi en la cocina abrazado a esa minita de la Acción Católica. ¿Cómo es que se llama?
-Mili...
-Sí, esa, Mili. ¿Qué pasa con Mili?
-No pasa nada. Solamente me vio mal y me abrazó. Además, no tengo que darte explicaciones.
-¿Así que no? ¿Y me querés hacer creer que la tal Mili es una carmelita descalza y no pasa nada?
-No sé qué te pasa. Yo creí que eras distinta...
-¿Distinta? ¿Cómo? ¿Como Mili?

Y me levanté ofuscada y me fui a sentar al banco del fondo de la Iglesia. Me temblaban las manos. Los celos me tenían enceguecida. Es que cuando algo tan fuerte como lo mío con Amadeo te llega, no lo podés manejar.
Acariciaba nerviosa el bisturí en el fondo de mi cartera. En eso, veo que entra Mili con la guitarra. Es que también sabía tocar la guitarra y cantar como los ángeles la muy yegua.
Ni lo pensé. Me acerqué y la saludé.
-Hola. ¿Vos sos Mili?
-Sí. ¿Qué pasa?
-Nada. Solamente quería hacerte una preguntita y hablar con vos por una cosa.

martes, 16 de marzo de 2010

La traición

Al otro día me levanté sobresaltada.
Antes de irme a la facultad pasé por la parroquia para salir de dudas. No podía dejar de sentir los sollozos de Amadeo en mi oído.
Cuando llegué, encontré la puerta de la casa parroquial entreabierta. Así que la empujé sin dudarlo y empecé a buscar a Amadeo. El corazón me saltaba en el pecho. Me sentía exultante. Creía que él me iba a estar esperando y, al fin, luego de decirme lo que no había podido verbalizar por teléfono, lo consolaría entre mis brazos con esa mezcla de ternura y erotismo capaz de demoler las voluntades masculinas más férreas.
Me mandé sin pensarlo hasta el cuarto pero no lo encontré. Entonces, me fui despacito hasta la cocina cuando casi me caigo al ver lo que vi.
Amadeo estaba apoyado en contra de la mesada y abrazándolo estaba Mili. Después supe que esa misma chica era Mili, la presidenta de la Acción Católica de Jóvenes de la parroquia.
María de los Milagros Iturrazpe, era su nombre completo.
Volví sobre mis pasos sin decir ni una palabra, en silencio.
¿Qué hacía el cura abrazando a Mili?
Me sentí terriblemente traicionada. ¡A mí me llora y a ella la abraza! ¿Habría algo más entre ellos? Así como no me rechazó a mí, quizás acostumbraba hacer con las demás. ¿Era yo una más del montón?
Un torrente de pensamientos oscuros y nefastos atravesaban mi cabeza.
Casi sin respirar llegué a la morgue de la facultad. Mecánicamente busqué un bisturí y me puse a disecar un cadáver.
Solamente la piel cortada apaciguaba un poco mi ansiedad en ese momento. Miraba las entrañas del difunto y no podía borrar la imagen que había presenciado hacía unos instantes. Apuñalé varias veces el hígado muerto. La sangre coagulada era menos que un aliciente para tanta bronca e incertidumbre.
Me miré las manos manchadas con sangre y sentí la fría muerte entre los dedos.
Fue una sensación única que marcó mi deseo y mi sed para siempre.

sábado, 13 de marzo de 2010

Noche clave

Nunca entendí bien el significado de esa noche hasta hoy.
No podía entender porqué llamaba Amadeo y mucho menos porqué lloraba y no hablaba.
Yo estaba muy cansada y me exasperó esa situación, así que le corté. En seguida me arrepentí pensando que quizás había arruinado una oportunidad única pero no me daba más el cuerpo.
Ahora todo tiene sentido. Con la debida distancia temporal y física, puedo ver que ese fue el punto desencadenante de la tragedia que me nos envolvió después.
Bueno...en fin...era el destino que nos unía y alguien tenía que ejecutarlo.
Esta vez me tocó a mí cumplir con los designios divinos. Eso es algo que nadie entiende y me molesta muchísimo.
Me condenan y me condenaron siempre. ¿No entienden que todo está escrito por más terrible que sea?
Todavía siento su voz diciendo mi nombre...despacito, despacito y después de eso, ese "por favor" lastimero entre sollozos. Siempre se portó como un maricón. "Por favor", decía, como un mendigo. Él tampoco entendía entonces. Ahora seguramente sabrá que lo que hice fue por los dos y de alguna manera le devolví la dignidad que había perdido. "Por favor" me pedía postrado y sollozando. "Callate marica", le dije ese día.
Creo que fui un poco dura. Cuando me acuerdo me duele mi dureza. Pero debía ser así. Ya estaba escrito.
Si no me hubiese llamado esa noche, quizás otra hubiese sido la historia y hasta seríamos felices. Pero tuvo que llamarme porque, sencillamente, no podía escapar a su destino.

sábado, 6 de marzo de 2010

El llamado


Cuando Javito escuchó el nombre de Amadeo salido de mis labios, me apartó brúscamente de sí. Después me agarró del cuello y me puso contra la pared. Me miraba con los ojos desorbitados y los dedos le temblaban en mi garganta.
-¿Quién es Amadeo?
-El cura. -le dije-.
-Así que ahora estás caliente con el cura...eh?
-Algo así...
Cada vez me apretaba más fuerte, me estaba quitando el aire.
-Pero vos sos mía. ¿Te acordás?
-Claro...c l a r o...-se me entrecortaba la voz.
-¿Y qué te gustaría hacerle al cura? ¿Querés que juguemos como antes?-diciendo eso me soltó.
Entonces lo empujé encima de la cama. Busqué una media y se la puse en la boca. Javito se dejaba hacer. Busqué un cinto. Y Javito se dejaba hacer. Cabalgué, cabalgué como una loca y él se dejaba hacer.
Después de una sesión muy pasional, le dije que se vaya, no vaya a ser que se quede dormido y nos descubran mis viejos.
Salió por donde había entrado.
Yo ya estaba fatigada con semejante día.
Me quedé tirada en la cama y no tenía fuerzas ni para ir al baño a higienizarme.
En eso suena el celular. Un número privado.
-Hola...¿quién habla?
-...
-¿Quién es?
-El padre Amadeo. Disculpá la hora. ¿Te desperté?
-¿Cómo conseguiste mi número?
-Lo saqué del libro de los miembros del Opus Dei...
-¿Qué pasa?
-...-sólo se sentía una especie de sollozo.