Le dije que me gustaría ayudarle en el coro y que me enseñara a cantar.
Se puso re-contenta. " ¡Ay! ¡Súper!", me dijo la muy hueca. Yo le sonreí con candidez.
Amadeo nos observaba desde lejos y se le notaba la cara de pavor.
Durante la Misa me senté con ella y traté de seguirla en el canto. Hice lo que pude...en fin.
Al finalizar la celebración, le alabé la voz de mil maneras. "¡Ojalá yo tuviera un talento como el tuyo y al servicio de Dios nuestro Señor! Seguramente Dios se regocija con tu voz. Si cantar es rezar dos veces, en tu caso debe ser todo el coro de querubines juntos." Ésta fue la frase que terminó de derribarla. La vanidad es mala consejera pero Mili no lo sabía y yo sí.
En seguida me tomó del brazo y ya éramos íntimas y nos matábamos de risa.
Amadeo se demoraba en la sacristía, creo que no se animaba a salir.
Como la cosa marchaba de mil maravillas, Mili, feliz de tener una amiga que le alimente el ego, me invitó a comer a su casa. Dudé un poco..."que no sé...que mis papás capaz me estén esperando..." hasta que dijo, "también va el padre Amadeo. Él es muy amigo de mi familia y charla mucho con mis hermanos..."
Un rencor amargo me subió por el tracto digestivo hasta la glotis. Sé que se me endureció la cara pero pude aflojarla de inmediato.
-Bueno, le mando un mensajito a mami para avisarle y voy con vos. Va a ser un placer.
-Dala. Dale. ¡Qué bueno, Evi! Le voy a avisar al padre que ya nos vamos.
Se fue casi saltando, como una nenita, feliz a la sacristía. Yo masticaba el sabor de la venganza anticipada.
Siempre es bueno evaluar el territorio enemigo.
Salieron los dos de la sacristía. Ella sonreía ajena a todo. Él estaba más serio que perro en bote.
-¿Vamos?-pregunté provocadora.
-Vamos-dijo el padrecito y salimos los tres.