viernes, 27 de mayo de 2011

Un Romeo desaliñado

Con esa idea en la cabeza, me quedé dormida. Habrán pasado un par de horas, ya era de noche cuando me desperté. Mejor dicho, cuando me despertó Javito.
Yo seguía afiebrada y débil, apenas logré abrir los ojos para ver cómo Javito entraba por la ventana, como de costumbre.
Cuando me vio así, tan postrada, me preguntó:
-¿Qué te pasa, viejita?
-Tengo mononucleosis...
-¡Ah! ¡Esa mierda! Yo estuve así la semana pasada, por eso me desaparecí un toque...No te preocupes, princesa, pasa solo.
He ahí el culpable. El menos pensado. Bueno, el menos nombrable.
Javito, fiel a su naturaleza, se quería meter en mi cama. Lo eché. No estaba de ánimo. En eso que estábamos discutiendo, aparece mi mamá y lo ve.
-¡¿Qué es ésto?!- preguntó exaltada- Voy a llamar a la policía.
-¿Qué cosa?- Le dije sin inmutarme mientras le hacía señas disimuladamente a Javito para que se vaya. Es que mi mamá era medio débil de mente o, al menos, eso le había hecho creer mi padre. Así que no fue nada difícil hacer uso de esa convicción como tantas veces lo vi hacerlo a mi progenitor.
-¡Ese hombre! ¡Ese hombre que se va por la ventana!
-Calmate, mamá. Estás gritando como una loca. Acá no hay ningún hombre. Estamos vos y yo solas. ¿Qué te está pasando? ¿No estarás alucinando otra vez?
-No, hija... -me dijo turbada- me pareció ver pasar una sombra...-y mientras se iba- Por favor, no le digas nada a tu padre.
-No, má, quedate tranquila.
Bien, eso fue fácil. Convencer a mi mamá acerca de lo que era real o imaginario, no costaba nada.
Pero, ¿qué había de Amadeo?
En ese momento creí que tenía todo bajo control. Ni sospechaba que justo Amadeo había visto cómo Javito entraba y salía de mi habitación por la ventana, trepándose por la enredadera muy a su gusto.
¿Qué explicación podría darle? El curita era un hueso duro de roer.

viernes, 20 de mayo de 2011

Un año después

Creerán que no hay un justificativo para un año de ausencia pero se equivocan.
En realidad, no salí tan impune de esta historia como digo al principio. Además, como hay intereses ajenos en que la verdad no salga a la luz, no basta con que yo pague mi condena sino que me quisieron silenciar.
Sin embargo, algo les salió mal. Y, si bien, pudieron callarme por un año, no podrán esconder la verdad eternamente.
Retomo el relato donde quedé. Es menester que cuente pormenorizadamente lo que aconteció para que puedan entender y entenderme.
Como habrán notado, la llamada "enfermedad del beso" era peor que una análisis de ADN, porque no había manera de hallar el responsable. Al menos, eso pensé en ese momento y lo expuse sin inquietarme a los presentes inquietos allegados.
-El otro día estuve tomando mate en la facultad...andá a saber quién me lo pegó...
Dije tranquila.
Parece que resultó porque inmediatamente se descontracturó la cara de todos.
Mateo, que es un cagón pedante, enseguida advirtió que por el momento sería mejor que no nos besásemos para no propagar el virus.
-Claro, corazón.-Le dije.
Mi mamá dictaminó -por suerte- que yo tenía que descansar y todos salieron de la habitación. ¡Al fin un poco de paz!
Las palabras del cura me traían más fiebre que la mononucleosis. Algo tenía que hacer...pero qué.
Hasta que me iluminé: le tenía que pedir una prueba de amor y no tenía que ser nada fácil. Sí eso era, una prueba de amor...

miércoles, 19 de mayo de 2010

Enfermedad del beso

Solamente me quedó el silencio pesado como diez elefantes a upa para responder al "te amo" de Amadeo.
La verdad es que, lo ansiaba, pero no lo esperaba. Además, así de fácil, perdía toda la gracia. No podía hacerme ésto. Era muy aburrido. Entonces, cuando ya parecía que se ahogaba, le dije:
-A mí me pasan cosas muy importantes con vos también pero... desde que apareció Mili en mi vida estoy muy confundida.
-Entiendo. -Dijo sin entender-
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Muy apesadumbrado se quitó la estola y se levantó sin decir palabra. Me dio un beso en la frente y salió.
En seguida entró Mili. Con señas le hice entender que estaba muy mal como para hablar y se fue.
Lo cierto es que, a pesar del "te amo" del cura, las cosas no eran tan fáciles. No es que yo sea una histérica neurótica sino que Mili era un obstáculo y busqué la mejor manera para sacarla de mi camino.
Por otro lado, el padrecito no estaba enamorado de mí entonces. Yo tenía que conseguir que efectivamente se enamore de mí pero, para eso, primero tenía que conocerme. Era necesario que yo me desnude en cuerpo y alma ante él para que me ame realmente. Él solamente estaba enamorado de mi lujuriosa boca y, si bien es comprensible dadas mis habilidades amatorias, no era suficiente. No para mí.
Con Mili de mi lado y Amadeo confundido, con esa dulce confusión de la competencia y la fantasía erótica anudadas, yo llevaba todas las de ganar. Aunque, por el momento, primero tenía que ganarle a la cama de convaleciente.
Al otro día me practicaron los análisis de urgencia. Así que, los resultados estuvieron al instante.
"Mononucleosis", dictaminó el papel irrefutablemente.
Mis padres se sintieron aliviados. Era una enfermedad viral que llevaba sus cuidados pero era cuestión de reposar unos días. La nena estaba fuera de peligro. Pero...había una sola manera de contagiarse la llamada "enfermedad del beso".
Mis padres lo miraron con encono a Mateo. Éste, a su vez, no me sacaba los ojos de encima. Puse mi mejor cara de nada. Después de todo, no había nada que yo pudiera explicar.

domingo, 16 de mayo de 2010

Tricota

Amadeo llegó a la media hora. Entró por la puerta apurado y sus ojos me buscaban desesperados, casi atropellándose sin ver de la ansiedad. Me di cuenta que estaba preocupado y que yo le importaba.
Todo eso en un segundo. Hasta que vi que detrás de él entraba Mili con su mejor cara de mojigata.
La presión arterial casi se me baja a -4. Mili se adelantó y me saludó con un beso en la mejilla mientras me acariciaba el cabello con ademán de compasión.
Amadeo se detuvo y me preguntó desde lejos, siempre guardando las apariencias el muy hipócrita:
-¿Cómo estás, hija?
-Más o menos, padre...quisiera confesarme.
Siguió un silencio infinito. Todos me miraban como estupidizados. Hasta que por fin reaccionó el cura y dijo:
-¿Podrían dejarnos solos así puedo suministrarle a Eva el sacramento de la Reconciliación?
De a uno fueron saliendo, lentamente. Yo mantenía mis párpados a media persiana para no demostrar mi mejoría. Por fin, cuando se fueron todos, Amadeo se sentó en una silla al lado de la cama y se puso la estola púrpura para la Confesión.
-Confiéseme, padre, que he pecado...-dije, siguiéndolo con solemnidad en su farsa-.
-Dime, hija...
-¿Vos me estás jodiendo? -le dije con voz demasiado briosa para una enferma terminal-.
-¿Qué pasa? No te entiendo...¿Vos...vos...no estás tan mal, no?
-No. Ya estoy mejor. Tampoco creo que tenga meningitis. El médico que vino es un idiota.
-Pero, te vas a hacer los análisis igual, me imagino.
-Sí. Me los voy a hacer pero vas a ver que meningitis no es. Igual, eso no importa ahora. ¿Me querés decir para qué trajiste a esa turra a mi casa?
-¿De quién hablás? ¿De Mili? ¿Acaso no son grandes amigas ustedes? -Dijo con una sonrisa maliciosa mientras le asomaba un colmillo igual de malicioso chorreante de baba.
-Ahorrate el sarcasmo y decime para qué la trajiste.
-Yo las vi cuando se besaron. Las espié por la cerradura. Hoy la cité en la parroquia para preguntarle y justo llamaron para avisar que vos estabas mal y salimos corriendo para acá...
-¡Ah...picarón! ¿Te gustó lo que viste?
-La verdad, me desconcertó. Yo creí que me querías. Sos indescifrable para mí y eso me vuelve loco. Por eso la llamé a Mili. La imagen me daba vueltas y vueltas en la cabeza y quería saber más.
-¿Saber qué?
-Qué tan importante era Mili para vos.
-¿Y a qué conclusión llegaste con tu investigación?
-No sé... estoy muy confundido...lo único que se me ocurre decirte es que si la única manera de estar con vos es compartirte con otra mujer, yo estoy dispuesto a todo, a lo que sea. Y, creeme, soy capaz de todo, hasta de acostarme con las dos si es necesario.
-¡Ay! ¡Pero qué sacrificado que resultaste! ¿Eso también te lo enseñaron en el seminario?
-Vos también podrías ahorrarte el sarcasmo.
-Perdón, padrecito...
-Vos no entendés todavía lo que me pasa con vos.
-Explicame.
-Yo te amo, Eva.

viernes, 7 de mayo de 2010

Más cerca del arpa que de la guitarra

Ese lunes siguiente, no me podía levantar de la cama.
Había pasado la noche yendo y viniendo del baño con esas terribles náuseas que me hacían doler hasta el espinazo.
Yo creía que se trataba de algo emocional pero me equivoqué. La razón de las náuseas era física y yo ni siquiera podía imaginármelo.
Al amanecer, hice un gran esfuerzo por incorporarme y casi me caigo. Me paré y me agarré de la pared por un mareo que me desestabilizó por completo. Tenía la visión nublada y los músculos débiles.
La llamé a mi mamá como pude porque me sentía desvanecer.
Ella llegó enseguida y me ayudó a sentarme en la cama. Me tocó la frente y notó que estaba volando en fiebre. Entonces, lo llamó a mi papá alarmada.
-¡Mirá la nena! ¡Vuela de fiebre y casi ni se puede mover!
Yo apenas los miraba de reojo. Ya no tenía ganas ni de hablar.
Llamaron al médico. Me revisó de pies a cabeza y sentenció:
-Está deshidratada.
-¿Cómo puede ser eso, doctor?-Inquirió mi madre.
-Mire... su hija estuvo vomitando y, con la fiebre, ha sudado mucho. Va a necesitar reposo absoluto y un suero para recuperarse más rápido y no correr riesgos. Además, van a tener que inyectarle estos antibióticos. A primera vista parece un proceso infeccioso en la garganta y faringe nada más pero... a juzgar por su estado me temo que pueda ser una meningitis. Así que, mañana a primera hora, que se haga estos análisis que aquí le indico por prevención.
Todo eso decía con total apatía mientras le iba extendiendo papelitos a mi mamá que ya tenía los ojos inundados.
Todos me miraban con compasión, como a una enferma terminal. Entonces, a mis viejos, no se les ocurrió mejor idea que llamar a Mateo para que me reconforte.
El muy pedante cayó con flores. Unos claveles ordinarios con olor a velorio que pusieron en mi mesita de luz. Parecía que no querían perder tiempo.
Me tomó de la mano y me decía:
-¿Cómo estás, Evi?
Evi-tá llamarme así, imbécil. Estoy enferma y acostada, ¿no ves? (pensaba)
-Estás pálida, preciosa. Pero te vas a poner bien y vas a ver lo hermosa que vas a estar. Vas a quedar flaquita como un papelito, linda.
Este engreído no es más idiota por falta de masa encefálica (me dije)
Mientras miraba el techo y trataba de ponerle mute a las pavadas que decía, prosiguió...
-Mire, suegri, no me contesta, no habla y pareciera estar con la vista perdida. Yo la veo mal. ¿Qué podemos hacer?
Entonces me di cuenta que era el momento ideal para hacer valer mi condición de supuesta enferma terminal. El suero ya me estaba haciendo efecto pero no era necesario que nadie se entere de lo reconfortada que me sentía. Así que hablé con las voz muy queda y quejumbrosa:
-Llámenlo al padre Amadeo. Me quiero confesar. Necesito estar en gracia de Dios.
Y lo llamaron, por supuesto.

sábado, 1 de mayo de 2010

Náuseas

Cuando, por fin, pude reaccionar me separé de Mili de un empujón. Casi la azoto contra la pared. Mientras buscaba la estabilidad, le dije:
-¡Pará, loca! ¿Qué hacés, tarada? ¿Qué carajo te pasa?
-Tranquila...yo no te voy a hacer nada que vos no quieras.
-No, no, no. Mirá, chiquita, yo te voy a explicar. A mí no me vas a manipular con esa frasesita tan trillada. Para que te quede más claro, yo inventé esa frase antes de que vos aprendas a decir "mamá".
-Pero, ¿Cuántos años tenés?
Me sentí un poco acorralada por la pregunta pero no me dejo apurar así nomás, así que le dije:
-Digamos que soy una estudiante universitaria y punto. ¿A vos qué te importa? Además, acá estamos barajando otra cosa. ¡No te me acerques! Te lo advierto una vez. Solamente una vez.
En eso sentimos que golpean la puerta y la madre de Mili entró para avisarnos que estaba el postre servido.
Yo le dije que le agradecía pero que, por lo visto, la falta de costumbre al alcohol me había hecho marear y que me iba a mi casa.
Fui al comedor casi corriendo. Parecía desesperada. La vieja les anunció a todos mi estado de beoda inexperta y Amadeo se ofreció muy cortésmente a acompañarme para que no me pase nada.
Eso me tranquilizó. No quería dejarlo ahí a disposición de mi nueva promiscua amiga.
Salimos juntos caminando lentamente. Me cedió el brazo. Caminábamos callados. La tensión erizaba hasta las pestañas.
Amadeo no aguantó el silencio. Por lo visto, lo incomodaba, o bien, tenía algo para decir.
-Eva, tengo algo que decirte...
-Ahora, no, Amadeo. Por favor.
-¿Qué te pasa? ¿Saliste muy nerviosa del cuarto de Mili?
-Lo único que te puedo decir es que esa mina está loca y que te conviene alejarte.
-¡Ja! ¡Mirá quién habla!
-¿Te estás burlando de mí? ¿Para eso querés hablar?
-No. No. No me malinterpretes. Lo que pasa es que me volvés loco. Desde "esa vez" en la parroquia, no puedo dejar de pensar en vos. No sé qué hacer...
-Mirá. Yo no estoy borracha. Solamente me quería ir y me puedo ir sola hasta mi casa. Me parece que estás confundido. ¿Podemos dejar esta charla acá?
-No te entiendo.
-No hace falta. Chau.
Y me fui. Él se quedó estupefacto mirándome caminar un largo trecho hasta que doblé la esquina y lo perdí de vista.
Cuando llegué a mi casa, me mandé para mi habitación como tren lleno. Parecía que la cabeza me iba a explotar.
Pero, cuando entro, me encuentro a Javito recostado en mi cama esperándome.
Se levantó de un salto y fue a abrazarme (a apretarme). Le esquivé el cuerpo y reaccionó mal.
-¿Qué te pasa, nena? Hace rato que te estoy esperando, mamita, para hacerte unos mimos.
-Andate -le dije-.
-Pará, loca, a mí no me tratés así. Yo no soy tu juguete, tu semental.
Y me agarró del brazo como para forzarme. Entonces saqué el bisturí y lo amenacé.
-Andate, te dije. Yo no estoy jugando.
Retrocedió asustado y se escabulló por la ventana.
Al fin, pude recostarme en la cama y descansar un poco aunque todo me daba vueltas en la cabeza y en el estómago. Recuerdo que varias veces tuve que levantarme para ir al baño con la sensación de vomitar pero no podía.
Las náuseas no eran un estado emocional que yo conociera hasta entonces.

domingo, 11 de abril de 2010

Descalzas pero no carmelitas

Disculpen la tardanza. Es que... estuve incomunicada dos semanas por una lid mínima. Rutina...algo sin importancia.
Bueno, les sigo contando.
Ese día, cuando llegamos a la casa de Mili, nos esperaban los papás de Mili. ¡Si vieran la madre! Tan amorosa como estirada, la vieja. Y dos engendros varones de hijos. Los hermanos de Mili eran menores que ella y que yo. Se la pasaban hablando de la play, imagínense las ganas de clavarles el cuchillo entre los ojos que tenía.
Reconozco que soy una persona pasional pero, tratándose de un domingo al mediodía, esperaba que don Iturrazpe se despache con un asado, mínimamente. Así que me senté a la mesa ilusionada como una niña esperando el turno para subirse a la calesita.
Se ve que no era mi día de suerte.
Todos mis jugos gástricos se estaban poniendo en alerta para esperar el bocado de costilla o vacío...hummm...o una morcillita, algo, cuando la doña anunció que ya estaba listo el Chop Suey.
"¡Malditas modas!" -maldije en mi interior- "¡Vieja de mierda, me va a hacer comer arroz con pollo un domingo! ¡Será de Dios!"
Nos acomodamos a la mesa. Pensé que a pesar de todo podíamos salvar la comida con el vinito que estaba descorchando el viejo Iturrazpe mientras, sin repetir y sin soplar, no paraba de contar sus anécdotas "comiquísimas", según él mismo las catalogaba.
Quedé sentada en frente de Amadeo que no me sacaba los ojos de encima. Al lado mío se sentó Mili, con su carita adormilada, manejaba los palillos con una destreza increíble.
Yo preferí pedir cubiertos antes que pasar un papelón y, encima, no poder probar bocado.
Aprovechando la ubicación favorable, deslicé un pie descalzo por debajo de la mesa en dirección al regazo de Amadeo. Empecé a subir lentamente con mis dedos acariciando sus tobillos, sus pantorrillas...y así.
El padrecito estaba colorado y sudaba. Alegaba que el vino le estaba acalorando las mejillas. Pero, cuando estaba llegando con mi pie al muslo, me encontré con otro pie que no era el mío.
No sabía cómo disimular mi sobresalto. Tiré al piso el tenedor adrede y me agaché para juntarlo y averiguar que estaba pasando ahí abajo.
También se agachó Mili. ¡Era su pie!
Nos encontramos las dos descalzas sujetando el tenedor en el piso. Me miró fijo y me dijo "quiero hablar con vos en privado". Asentí con la cabeza.
Subimos los rostros sobre la vista de los comensales y Mili dijo muy alegremente "¿Me acompañás a mi habitación que te quiero mostrar la imagen de la Virgen que tengo?". Por supuesto, accedí gustosa.
Fuimos a la habitación de Mili. Cerró la puerta detrás mío y entonces no aguanté más y le dije:
-Mirá, nena, saquémonos las caretas. Te lo digo de una vez y para siempre, no te metas con el padrecito.
-Quedate tranquila. -me dijo con una voz melosa.
-¿¡Qué!?-grité y después con la voz contenida entre dientes- Dejá de hacerte la mosquita muerta conmigo. Vos lo estabas buscando al cura por abajo de la mesa. A mí no me vas a joder así nomás, te aviso.
-Te dije que te quedes tranquila, el padre no me interesa.-y se me acercaba-
-¿A qué estás jugando? Mirá que no sabés con quien te estás metiendo...
-Shhh...-me dijo mientras apoyaba suavemente su dedo índice sobre mi boca.
Yo no entendía nada. Hasta que...se acercó un poco más, me acarició la mejilla y me acomodó el cabello detrás de la oreja. Yo quería hablar pero no me salía nada. Entonces...entonces me agarró la cara con las dos manos y me besó en la boca con un beso suave pero apasionado.
La perplejidad me invadió y a falta de una mejor reacción le devolví el beso.

domingo, 28 de marzo de 2010

Mi amiga Mili

Mientras hablaba con Mili hacía todos los esfuerzos inimaginables para disimular mi desagrado y evitar los gestos delatores en mi rostro.
Le dije que me gustaría ayudarle en el coro y que me enseñara a cantar.
Se puso re-contenta. " ¡Ay! ¡Súper!", me dijo la muy hueca. Yo le sonreí con candidez.
Amadeo nos observaba desde lejos y se le notaba la cara de pavor.
Durante la Misa me senté con ella y traté de seguirla en el canto. Hice lo que pude...en fin.
Al finalizar la celebración, le alabé la voz de mil maneras. "¡Ojalá yo tuviera un talento como el tuyo y al servicio de Dios nuestro Señor! Seguramente Dios se regocija con tu voz. Si cantar es rezar dos veces, en tu caso debe ser todo el coro de querubines juntos." Ésta fue la frase que terminó de derribarla. La vanidad es mala consejera pero Mili no lo sabía y yo sí.
En seguida me tomó del brazo y ya éramos íntimas y nos matábamos de risa.
Amadeo se demoraba en la sacristía, creo que no se animaba a salir.
Como la cosa marchaba de mil maravillas, Mili, feliz de tener una amiga que le alimente el ego, me invitó a comer a su casa. Dudé un poco..."que no sé...que mis papás capaz me estén esperando..." hasta que dijo, "también va el padre Amadeo. Él es muy amigo de mi familia y charla mucho con mis hermanos..."
Un rencor amargo me subió por el tracto digestivo hasta la glotis. Sé que se me endureció la cara pero pude aflojarla de inmediato.
-Bueno, le mando un mensajito a mami para avisarle y voy con vos. Va a ser un placer.
-Dala. Dale. ¡Qué bueno, Evi! Le voy a avisar al padre que ya nos vamos.
Se fue casi saltando, como una nenita, feliz a la sacristía. Yo masticaba el sabor de la venganza anticipada.
Siempre es bueno evaluar el territorio enemigo.
Salieron los dos de la sacristía. Ella sonreía ajena a todo. Él estaba más serio que perro en bote.
-¿Vamos?-pregunté provocadora.
-Vamos-dijo el padrecito y salimos los tres.

domingo, 21 de marzo de 2010

Con el bisturí en la cartera

Los días siguientes me sumí en una tristeza bastante profunda. Le daba vueltas en mi cabeza a la situación pero no hallaba las respuestas. Y no las iba a hallar tirada en la cama.
Cuando llegó el domingo, me levanté al amanecer. Me duché -hacía días que no lo hacía-, me arreglé lo mejor que pude, agarré el bisturí que me había robado en la morgue aquel día de incertidumbre, lo puse en la cartera y salí.
El bisturí ya era una especie de amuleto para mí. La sensación de consuelo que me había proporcionado parecía envolverlo. Al poseerlo, llevaba esa sensación conmigo y me sentía segura y fuerte.
De vez en cuando, lo acariciaba dentro de la cartera o lo tanteaba por fuera como para asegurarme de que mi amuleto seguía acompañándome.
Llegué a la parroquia y estaba casi desierta.
El padre Amadeo ya se encontraba en el confesionario así que me acerqué, me arrodillé y comencé mi confesión.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida, hija. ¿Cuáles son tus pecados?
-¡Qué hija ni que carajo! ¿A vos te parece que podés decirme hija después de lo que pasó el otro día?
-Shhh...Shhh...-Chitaba como loco, desesperado por el miedo a que alguien me escuche-.
-¡A mí no me chités, eh! Yo voy a decir todo lo que tenga que decir. ¿O vos te creés que actuar en la forma en que lo hiciste conmigo es gratuito?
-Por favor...bajá la voz -me suplicaba entre dientes.
Me calmé en apariencia y seguí. Al fin y al cabo, yo iba a buscar respuestas así que debía hacer preguntas.
-Decime una cosa, ¿me podés explicar para qué me llamaste la otra noche cuando no me dijiste nada y me llorabas en la oreja como un nene de pecho?
-Es que estaba muy triste y no sabía con quien hablar...pensé en vos...necesitaba consuelo...es que...es que murió mi mamá.
-Ajá! ¿Y al otro día, encontraste consuelo en los brazos de otra?
-¿De qué hablás? Te estoy diciendo que murió mi mamá y vos...
-No, no, no. No me saques de tema. Te vi. Te vi en la cocina abrazado a esa minita de la Acción Católica. ¿Cómo es que se llama?
-Mili...
-Sí, esa, Mili. ¿Qué pasa con Mili?
-No pasa nada. Solamente me vio mal y me abrazó. Además, no tengo que darte explicaciones.
-¿Así que no? ¿Y me querés hacer creer que la tal Mili es una carmelita descalza y no pasa nada?
-No sé qué te pasa. Yo creí que eras distinta...
-¿Distinta? ¿Cómo? ¿Como Mili?

Y me levanté ofuscada y me fui a sentar al banco del fondo de la Iglesia. Me temblaban las manos. Los celos me tenían enceguecida. Es que cuando algo tan fuerte como lo mío con Amadeo te llega, no lo podés manejar.
Acariciaba nerviosa el bisturí en el fondo de mi cartera. En eso, veo que entra Mili con la guitarra. Es que también sabía tocar la guitarra y cantar como los ángeles la muy yegua.
Ni lo pensé. Me acerqué y la saludé.
-Hola. ¿Vos sos Mili?
-Sí. ¿Qué pasa?
-Nada. Solamente quería hacerte una preguntita y hablar con vos por una cosa.

martes, 16 de marzo de 2010

La traición

Al otro día me levanté sobresaltada.
Antes de irme a la facultad pasé por la parroquia para salir de dudas. No podía dejar de sentir los sollozos de Amadeo en mi oído.
Cuando llegué, encontré la puerta de la casa parroquial entreabierta. Así que la empujé sin dudarlo y empecé a buscar a Amadeo. El corazón me saltaba en el pecho. Me sentía exultante. Creía que él me iba a estar esperando y, al fin, luego de decirme lo que no había podido verbalizar por teléfono, lo consolaría entre mis brazos con esa mezcla de ternura y erotismo capaz de demoler las voluntades masculinas más férreas.
Me mandé sin pensarlo hasta el cuarto pero no lo encontré. Entonces, me fui despacito hasta la cocina cuando casi me caigo al ver lo que vi.
Amadeo estaba apoyado en contra de la mesada y abrazándolo estaba Mili. Después supe que esa misma chica era Mili, la presidenta de la Acción Católica de Jóvenes de la parroquia.
María de los Milagros Iturrazpe, era su nombre completo.
Volví sobre mis pasos sin decir ni una palabra, en silencio.
¿Qué hacía el cura abrazando a Mili?
Me sentí terriblemente traicionada. ¡A mí me llora y a ella la abraza! ¿Habría algo más entre ellos? Así como no me rechazó a mí, quizás acostumbraba hacer con las demás. ¿Era yo una más del montón?
Un torrente de pensamientos oscuros y nefastos atravesaban mi cabeza.
Casi sin respirar llegué a la morgue de la facultad. Mecánicamente busqué un bisturí y me puse a disecar un cadáver.
Solamente la piel cortada apaciguaba un poco mi ansiedad en ese momento. Miraba las entrañas del difunto y no podía borrar la imagen que había presenciado hacía unos instantes. Apuñalé varias veces el hígado muerto. La sangre coagulada era menos que un aliciente para tanta bronca e incertidumbre.
Me miré las manos manchadas con sangre y sentí la fría muerte entre los dedos.
Fue una sensación única que marcó mi deseo y mi sed para siempre.