viernes, 7 de mayo de 2010

Más cerca del arpa que de la guitarra

Ese lunes siguiente, no me podía levantar de la cama.
Había pasado la noche yendo y viniendo del baño con esas terribles náuseas que me hacían doler hasta el espinazo.
Yo creía que se trataba de algo emocional pero me equivoqué. La razón de las náuseas era física y yo ni siquiera podía imaginármelo.
Al amanecer, hice un gran esfuerzo por incorporarme y casi me caigo. Me paré y me agarré de la pared por un mareo que me desestabilizó por completo. Tenía la visión nublada y los músculos débiles.
La llamé a mi mamá como pude porque me sentía desvanecer.
Ella llegó enseguida y me ayudó a sentarme en la cama. Me tocó la frente y notó que estaba volando en fiebre. Entonces, lo llamó a mi papá alarmada.
-¡Mirá la nena! ¡Vuela de fiebre y casi ni se puede mover!
Yo apenas los miraba de reojo. Ya no tenía ganas ni de hablar.
Llamaron al médico. Me revisó de pies a cabeza y sentenció:
-Está deshidratada.
-¿Cómo puede ser eso, doctor?-Inquirió mi madre.
-Mire... su hija estuvo vomitando y, con la fiebre, ha sudado mucho. Va a necesitar reposo absoluto y un suero para recuperarse más rápido y no correr riesgos. Además, van a tener que inyectarle estos antibióticos. A primera vista parece un proceso infeccioso en la garganta y faringe nada más pero... a juzgar por su estado me temo que pueda ser una meningitis. Así que, mañana a primera hora, que se haga estos análisis que aquí le indico por prevención.
Todo eso decía con total apatía mientras le iba extendiendo papelitos a mi mamá que ya tenía los ojos inundados.
Todos me miraban con compasión, como a una enferma terminal. Entonces, a mis viejos, no se les ocurrió mejor idea que llamar a Mateo para que me reconforte.
El muy pedante cayó con flores. Unos claveles ordinarios con olor a velorio que pusieron en mi mesita de luz. Parecía que no querían perder tiempo.
Me tomó de la mano y me decía:
-¿Cómo estás, Evi?
Evi-tá llamarme así, imbécil. Estoy enferma y acostada, ¿no ves? (pensaba)
-Estás pálida, preciosa. Pero te vas a poner bien y vas a ver lo hermosa que vas a estar. Vas a quedar flaquita como un papelito, linda.
Este engreído no es más idiota por falta de masa encefálica (me dije)
Mientras miraba el techo y trataba de ponerle mute a las pavadas que decía, prosiguió...
-Mire, suegri, no me contesta, no habla y pareciera estar con la vista perdida. Yo la veo mal. ¿Qué podemos hacer?
Entonces me di cuenta que era el momento ideal para hacer valer mi condición de supuesta enferma terminal. El suero ya me estaba haciendo efecto pero no era necesario que nadie se entere de lo reconfortada que me sentía. Así que hablé con las voz muy queda y quejumbrosa:
-Llámenlo al padre Amadeo. Me quiero confesar. Necesito estar en gracia de Dios.
Y lo llamaron, por supuesto.

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