miércoles, 19 de mayo de 2010

Enfermedad del beso

Solamente me quedó el silencio pesado como diez elefantes a upa para responder al "te amo" de Amadeo.
La verdad es que, lo ansiaba, pero no lo esperaba. Además, así de fácil, perdía toda la gracia. No podía hacerme ésto. Era muy aburrido. Entonces, cuando ya parecía que se ahogaba, le dije:
-A mí me pasan cosas muy importantes con vos también pero... desde que apareció Mili en mi vida estoy muy confundida.
-Entiendo. -Dijo sin entender-
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Muy apesadumbrado se quitó la estola y se levantó sin decir palabra. Me dio un beso en la frente y salió.
En seguida entró Mili. Con señas le hice entender que estaba muy mal como para hablar y se fue.
Lo cierto es que, a pesar del "te amo" del cura, las cosas no eran tan fáciles. No es que yo sea una histérica neurótica sino que Mili era un obstáculo y busqué la mejor manera para sacarla de mi camino.
Por otro lado, el padrecito no estaba enamorado de mí entonces. Yo tenía que conseguir que efectivamente se enamore de mí pero, para eso, primero tenía que conocerme. Era necesario que yo me desnude en cuerpo y alma ante él para que me ame realmente. Él solamente estaba enamorado de mi lujuriosa boca y, si bien es comprensible dadas mis habilidades amatorias, no era suficiente. No para mí.
Con Mili de mi lado y Amadeo confundido, con esa dulce confusión de la competencia y la fantasía erótica anudadas, yo llevaba todas las de ganar. Aunque, por el momento, primero tenía que ganarle a la cama de convaleciente.
Al otro día me practicaron los análisis de urgencia. Así que, los resultados estuvieron al instante.
"Mononucleosis", dictaminó el papel irrefutablemente.
Mis padres se sintieron aliviados. Era una enfermedad viral que llevaba sus cuidados pero era cuestión de reposar unos días. La nena estaba fuera de peligro. Pero...había una sola manera de contagiarse la llamada "enfermedad del beso".
Mis padres lo miraron con encono a Mateo. Éste, a su vez, no me sacaba los ojos de encima. Puse mi mejor cara de nada. Después de todo, no había nada que yo pudiera explicar.

domingo, 16 de mayo de 2010

Tricota

Amadeo llegó a la media hora. Entró por la puerta apurado y sus ojos me buscaban desesperados, casi atropellándose sin ver de la ansiedad. Me di cuenta que estaba preocupado y que yo le importaba.
Todo eso en un segundo. Hasta que vi que detrás de él entraba Mili con su mejor cara de mojigata.
La presión arterial casi se me baja a -4. Mili se adelantó y me saludó con un beso en la mejilla mientras me acariciaba el cabello con ademán de compasión.
Amadeo se detuvo y me preguntó desde lejos, siempre guardando las apariencias el muy hipócrita:
-¿Cómo estás, hija?
-Más o menos, padre...quisiera confesarme.
Siguió un silencio infinito. Todos me miraban como estupidizados. Hasta que por fin reaccionó el cura y dijo:
-¿Podrían dejarnos solos así puedo suministrarle a Eva el sacramento de la Reconciliación?
De a uno fueron saliendo, lentamente. Yo mantenía mis párpados a media persiana para no demostrar mi mejoría. Por fin, cuando se fueron todos, Amadeo se sentó en una silla al lado de la cama y se puso la estola púrpura para la Confesión.
-Confiéseme, padre, que he pecado...-dije, siguiéndolo con solemnidad en su farsa-.
-Dime, hija...
-¿Vos me estás jodiendo? -le dije con voz demasiado briosa para una enferma terminal-.
-¿Qué pasa? No te entiendo...¿Vos...vos...no estás tan mal, no?
-No. Ya estoy mejor. Tampoco creo que tenga meningitis. El médico que vino es un idiota.
-Pero, te vas a hacer los análisis igual, me imagino.
-Sí. Me los voy a hacer pero vas a ver que meningitis no es. Igual, eso no importa ahora. ¿Me querés decir para qué trajiste a esa turra a mi casa?
-¿De quién hablás? ¿De Mili? ¿Acaso no son grandes amigas ustedes? -Dijo con una sonrisa maliciosa mientras le asomaba un colmillo igual de malicioso chorreante de baba.
-Ahorrate el sarcasmo y decime para qué la trajiste.
-Yo las vi cuando se besaron. Las espié por la cerradura. Hoy la cité en la parroquia para preguntarle y justo llamaron para avisar que vos estabas mal y salimos corriendo para acá...
-¡Ah...picarón! ¿Te gustó lo que viste?
-La verdad, me desconcertó. Yo creí que me querías. Sos indescifrable para mí y eso me vuelve loco. Por eso la llamé a Mili. La imagen me daba vueltas y vueltas en la cabeza y quería saber más.
-¿Saber qué?
-Qué tan importante era Mili para vos.
-¿Y a qué conclusión llegaste con tu investigación?
-No sé... estoy muy confundido...lo único que se me ocurre decirte es que si la única manera de estar con vos es compartirte con otra mujer, yo estoy dispuesto a todo, a lo que sea. Y, creeme, soy capaz de todo, hasta de acostarme con las dos si es necesario.
-¡Ay! ¡Pero qué sacrificado que resultaste! ¿Eso también te lo enseñaron en el seminario?
-Vos también podrías ahorrarte el sarcasmo.
-Perdón, padrecito...
-Vos no entendés todavía lo que me pasa con vos.
-Explicame.
-Yo te amo, Eva.

viernes, 7 de mayo de 2010

Más cerca del arpa que de la guitarra

Ese lunes siguiente, no me podía levantar de la cama.
Había pasado la noche yendo y viniendo del baño con esas terribles náuseas que me hacían doler hasta el espinazo.
Yo creía que se trataba de algo emocional pero me equivoqué. La razón de las náuseas era física y yo ni siquiera podía imaginármelo.
Al amanecer, hice un gran esfuerzo por incorporarme y casi me caigo. Me paré y me agarré de la pared por un mareo que me desestabilizó por completo. Tenía la visión nublada y los músculos débiles.
La llamé a mi mamá como pude porque me sentía desvanecer.
Ella llegó enseguida y me ayudó a sentarme en la cama. Me tocó la frente y notó que estaba volando en fiebre. Entonces, lo llamó a mi papá alarmada.
-¡Mirá la nena! ¡Vuela de fiebre y casi ni se puede mover!
Yo apenas los miraba de reojo. Ya no tenía ganas ni de hablar.
Llamaron al médico. Me revisó de pies a cabeza y sentenció:
-Está deshidratada.
-¿Cómo puede ser eso, doctor?-Inquirió mi madre.
-Mire... su hija estuvo vomitando y, con la fiebre, ha sudado mucho. Va a necesitar reposo absoluto y un suero para recuperarse más rápido y no correr riesgos. Además, van a tener que inyectarle estos antibióticos. A primera vista parece un proceso infeccioso en la garganta y faringe nada más pero... a juzgar por su estado me temo que pueda ser una meningitis. Así que, mañana a primera hora, que se haga estos análisis que aquí le indico por prevención.
Todo eso decía con total apatía mientras le iba extendiendo papelitos a mi mamá que ya tenía los ojos inundados.
Todos me miraban con compasión, como a una enferma terminal. Entonces, a mis viejos, no se les ocurrió mejor idea que llamar a Mateo para que me reconforte.
El muy pedante cayó con flores. Unos claveles ordinarios con olor a velorio que pusieron en mi mesita de luz. Parecía que no querían perder tiempo.
Me tomó de la mano y me decía:
-¿Cómo estás, Evi?
Evi-tá llamarme así, imbécil. Estoy enferma y acostada, ¿no ves? (pensaba)
-Estás pálida, preciosa. Pero te vas a poner bien y vas a ver lo hermosa que vas a estar. Vas a quedar flaquita como un papelito, linda.
Este engreído no es más idiota por falta de masa encefálica (me dije)
Mientras miraba el techo y trataba de ponerle mute a las pavadas que decía, prosiguió...
-Mire, suegri, no me contesta, no habla y pareciera estar con la vista perdida. Yo la veo mal. ¿Qué podemos hacer?
Entonces me di cuenta que era el momento ideal para hacer valer mi condición de supuesta enferma terminal. El suero ya me estaba haciendo efecto pero no era necesario que nadie se entere de lo reconfortada que me sentía. Así que hablé con las voz muy queda y quejumbrosa:
-Llámenlo al padre Amadeo. Me quiero confesar. Necesito estar en gracia de Dios.
Y lo llamaron, por supuesto.

sábado, 1 de mayo de 2010

Náuseas

Cuando, por fin, pude reaccionar me separé de Mili de un empujón. Casi la azoto contra la pared. Mientras buscaba la estabilidad, le dije:
-¡Pará, loca! ¿Qué hacés, tarada? ¿Qué carajo te pasa?
-Tranquila...yo no te voy a hacer nada que vos no quieras.
-No, no, no. Mirá, chiquita, yo te voy a explicar. A mí no me vas a manipular con esa frasesita tan trillada. Para que te quede más claro, yo inventé esa frase antes de que vos aprendas a decir "mamá".
-Pero, ¿Cuántos años tenés?
Me sentí un poco acorralada por la pregunta pero no me dejo apurar así nomás, así que le dije:
-Digamos que soy una estudiante universitaria y punto. ¿A vos qué te importa? Además, acá estamos barajando otra cosa. ¡No te me acerques! Te lo advierto una vez. Solamente una vez.
En eso sentimos que golpean la puerta y la madre de Mili entró para avisarnos que estaba el postre servido.
Yo le dije que le agradecía pero que, por lo visto, la falta de costumbre al alcohol me había hecho marear y que me iba a mi casa.
Fui al comedor casi corriendo. Parecía desesperada. La vieja les anunció a todos mi estado de beoda inexperta y Amadeo se ofreció muy cortésmente a acompañarme para que no me pase nada.
Eso me tranquilizó. No quería dejarlo ahí a disposición de mi nueva promiscua amiga.
Salimos juntos caminando lentamente. Me cedió el brazo. Caminábamos callados. La tensión erizaba hasta las pestañas.
Amadeo no aguantó el silencio. Por lo visto, lo incomodaba, o bien, tenía algo para decir.
-Eva, tengo algo que decirte...
-Ahora, no, Amadeo. Por favor.
-¿Qué te pasa? ¿Saliste muy nerviosa del cuarto de Mili?
-Lo único que te puedo decir es que esa mina está loca y que te conviene alejarte.
-¡Ja! ¡Mirá quién habla!
-¿Te estás burlando de mí? ¿Para eso querés hablar?
-No. No. No me malinterpretes. Lo que pasa es que me volvés loco. Desde "esa vez" en la parroquia, no puedo dejar de pensar en vos. No sé qué hacer...
-Mirá. Yo no estoy borracha. Solamente me quería ir y me puedo ir sola hasta mi casa. Me parece que estás confundido. ¿Podemos dejar esta charla acá?
-No te entiendo.
-No hace falta. Chau.
Y me fui. Él se quedó estupefacto mirándome caminar un largo trecho hasta que doblé la esquina y lo perdí de vista.
Cuando llegué a mi casa, me mandé para mi habitación como tren lleno. Parecía que la cabeza me iba a explotar.
Pero, cuando entro, me encuentro a Javito recostado en mi cama esperándome.
Se levantó de un salto y fue a abrazarme (a apretarme). Le esquivé el cuerpo y reaccionó mal.
-¿Qué te pasa, nena? Hace rato que te estoy esperando, mamita, para hacerte unos mimos.
-Andate -le dije-.
-Pará, loca, a mí no me tratés así. Yo no soy tu juguete, tu semental.
Y me agarró del brazo como para forzarme. Entonces saqué el bisturí y lo amenacé.
-Andate, te dije. Yo no estoy jugando.
Retrocedió asustado y se escabulló por la ventana.
Al fin, pude recostarme en la cama y descansar un poco aunque todo me daba vueltas en la cabeza y en el estómago. Recuerdo que varias veces tuve que levantarme para ir al baño con la sensación de vomitar pero no podía.
Las náuseas no eran un estado emocional que yo conociera hasta entonces.